82014May

No hay una única dirección

(Tiempo de lectura 4 minutos)

Más allá de las promesas…

Nuestro aprendizaje y el miedo, se ocupa de alejarnos de la verdadera esencia del hombre y de nuestros talentos, adocenándonos en modelos equivocados que hacen que vivamos anclados en el miedo.

Conforme avanzamos hacia la madurez –nada que ver con la edad– apreciamos cómo hemos consumido parte de la vida persiguiendo objetivos finalistas disfrazados de promesas, y cómo, segundo a segundo, fuimos perdiendo la oportunidad de vivir la intensidad de los instantes que conformaban el trayecto. Nos pasamos la vida llegando a la tierra prometida, pero sin mirar –ni ver– el paisaje, y es en el paisaje, esa cosa que viste al camino, donde mora el secreto. Haga, sufrido lector, el ejercicio de anotar los paisajes por los que transitó, y convendrá conmigo: la lista hasta ese momento, aunque dedicáramos el resto de la vida a confeccionarla, nunca justificará el tiempo, y no es por falta de memoria, sino por falta de atención, y de intención, y de aprendizaje…

No hay una única salida

El horizonte se mueve. Cuando las trazadas de nuestros esfuerzos llegan a su sitio –aquellos horizontes de entonces–, el horizonte ya hace rato que se movió. Así que, despeados por la andadura y ciegos de paisajes, ¿cuántas veces nos encontramos en territorio hostil y sin auténtica consciencia del trayecto?, aunque, en su literal, las promesas parecieren cumplidas. Transitamos «eligiendo» moscas a las que cazar y cultivando nuestra «habilidad» de ser meros espectadores de nuestra existencia, que es lo que nos enseña el entorno que amaestra. Nuestro aprendizaje, también el académico, se ocupa de alejarnos de la verdadera esencia del hombre y de nuestros talentos, adocenándonos en modelos equivocados que hacen que vivamos nuestros instantes anclados en el miedo y fugados de la responsabilidad natural. Miedo al fracaso o al desprestigio o a la aprobación del otro, unas veces. Miedo al riesgo en sí mismo, en otras. No estamos entrenados para elaborar la frustración de manera natural, y, sin embargo, sí que estamos entrenados para vivir como nos enseñan, que es dejando que sean los otros los que decidan por nosotros, así siempre hay excusa, claro…

Estamos amaestrados para vivir desligados de toda posibilidad verdadera de sentirnos valiosos, capaces, confiados, fuertes…, para nadar contra corriente, cuando corresponda. Nuestro dilecto ministro Wert tampoco contribuye, sino que empeora el escenario educativo, en este sentido. Diríase que don José Ignacio, cuyo apellido, en español, alude a una dignidad, un aprecio, un valor y un mérito que, en su respetabilísima calidad de ministro, ni han llegado ni se les espera, no debió asistir a clase el día que explicaron la Teoría de las Inteligencias Múltiples del profesor Gardner (Howard, creo), neuropsicólogo y profesor en un par de universidades estadounidenses, y premio Príncipe de Asturias hace algunos años. El profesor Gardner, reconocido en el mundo científico por su aportación, define ocho inteligencias: la lógico-matemática, la cinética, la visual, la lingüística, la intrapersonal, la interpersonal, la musical y la naturalista, de las que nuestro ministro no-sabe-no-contesta. En los universos excelentes nuestros sistemas educativos nunca tuvieron cabida, a pesar de las sucesivas promesas. Nuestro recién renovado sistema, aún menos. Es más, aunque las promesas del ministro se cumplieran –milagro divino–, seguirían siendo promesas basadas en horizontes trasnochados. Repito, el horizonte se mueve…

En turismo, los turísticos, ídem de lo mismo, trasnochados: buena parte de nuestra tribu entregados a las promesas de siempre, promesas cortoplacistas-finalistas, cuyos horizontes, en perpetuo movimiento, a posteriori, siempre dan juego para explicar que el éxito se debió a nosotros, sin ir más lejos, ¡claro, coño…!, y el fracaso, a las circunstancias, exógenas puntuales o endógenas heredadas, pero, obviamente, porque todas ellas estaban fuera de nuestro control y de nuestra responsabilidad, ¡cómo no…! El resto de la tribu, como debe ser, empecinados en dar la razón a Einstein cuando afirmó que si siempre nos hacemos las mismas preguntas, siempre obtendremos las mismas respuestas e, ítem más, que nunca solucionaremos nuestros problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos.

Cuando basamos nuestros quehaceres en el cortoplacismo-finalista, además de mostrar nuestros excelsos plumeros y nuestros ocultos intereses particulares, indefectiblemente afectamos a la realidad que, a posteriori, se vuelve contra nosotros. Sin embargo, si el cortoplacismo obedece a una serie de plazos consecutivos que responden a una visión holística, en la que los horizontes sucesivos se muestran visibles ordenadamente, estaremos, de verdad, haciendo historia.

Dicho esto: ¿Recuerda alguien que los emiratíes ya estuvieron aquí y por qué dejaron de estarlo? ¡Bien, que nos acordemos está bien, porque eso activará alguna de las ocho inteligencias -insha’Allah– y evitará el cortoplacismo-finalista siempre indeseable!

Fuente: laopiniondemalaga.es.

Recogemos un artículo de Juan Antonio Martín