Un cerebro saludable

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Recogemos un artículo del blog de Arturo Goicoechea

El cerebro es la sede del gobierno del organismo. En él se representa una determinada concepción del mundo, del propio organismo y de la interacción entre ambos.

Como todos los recintos celulares, necesita oxígeno, alimento y seguridad para poder desarrollar su tarea: evaluar información, disponer una teoría probabilística del futuro y tomar decisiones en base a esa evaluación.

El cerebro habita un recinto seguro: el cráneo y sus cubiertas meníngeas. No contiene nociceptores: neuronas capacitadas para detectar agentes y estados físicoquímicos letales: temperaturas extremas, tirones, compresiones, ácidos. Por eso podemos pincharlo sin que el individuo sienta dolor. “El cerebro no duele”, se dice. Es una afirmación tramposa. El cerebro, en realidad, duelea. Es el único órgano capaz de hacerlo, al igual que el pulmón es el único órgano capacitado para oxigenar la sangre, el hígado para desintoxicarla y el riñón para filtrar lo innecesario.

Las neuronas del cerebro, como todas las células, necesitan actividad, ejercicio… estrés. Cada punto de conexión (sinapsis) precisa de un mínimo de actividad y soporta un máximo. La actividad neuronal tiene sus límites. La salud neuronal, la virtud, oscila entre los dos polos extremos viciosos de la escasez y el exceso. Si no hay vida en una sinapsis la conexión desaparece. Si hay activación excesiva se funden los plomos. Entre la poltrona y la ascensión al Everest hay muchas posibilidades de vida saludable.

Piensa la ciudadanía que al cerebro le conviene la relajación, el orden, la contención, el sueño reparador, el clima estable, la moderación.

Se dice que al cerebro no le van los vientos, los días luminosos, los ambientes ruidosos, muchos alimentos, los cambios hormonales… y, sobre todo, el estrés.

La buena vida cerebral parece exigir un entorno templado, sosegado, predecible, amable. De otro modo las sensibles neuronas sufren y expresan su desasosiego de modo que el trigémino se activa, se sensibiliza hasta el paroxismo, proyectando señales de alerta angustiada que, una vez llegan a la conciencia, se hacen dolor.

Los huesos, músculos y articulaciones duelen por estrés mecánico. El vigilante trigeminal de las meninges duele cuando detecta señales del desasosiego cerebral.

Al cerebro no debieran preocuparle las condiciones meteorológicas externas, la lluvia, el viento, el calor, el frío, la humedad. En el interior nada de eso modifica las condiciones de la vida de sus neuronas. En el recinto craneal siempre hace el mismo tiempo: estable, con la temperatura y humedad adecuada… y sin viento. Realmente, al cerebro lo que le preocupa es lo que pudiera suceder si se da una determinada circunstancia: si el viento es huracanado el cerebro expresará su preocupación a través de una conducta prudente del individuo. Los huracanes no producen dolor de cabeza sino miedo, prevención, alerta.

Las circunstancias traen consigo las consecuencias de su propia capacidad destructora y activan respuestas cerebrales apropiadas pero también se atribuye a muchas circunstancias capacidades extranaturales, misteriosas. Desde esas atribuciones todo se puede volver amenazante, aun cuando sea inofensivo por sí mismo.