¿Por qué nos es tan difícil reconocer los errores que cometemos?

¿Por qué nos es tan difícil reconocer los errores que cometemos?

(Tiempo de lectura 12 minutos)

¿Por qué tenemos esa rapidez y habilidad en detectar los errores de los demás y tan poca en reconocer los errores propios? Parece que nos falta tiempo en señalar los errores ajenos, quejarnos de ellos, incluso hacerlos públicos. ¿Será porque así nos sentimos mejores, superiores…?

Cuando vemos a una persona saltarse una norma, ¿acaso utilizamos la misma explicación o interpretación si cometemos la infracción nosotros o nosotras?

Es fácil identificar cosas que reprocharle a los demás, juzgarlos cuando se saltan las normas y nos afecta personalmente o se equivocan y nos fallan en algo. Ahora, cuando somos nosotros los que cometemos un error… ¿nos resulta igual de fácil aceptarlo y reconocerlo?

En lugar de reconocer los errores abiertamente y pedir disculpas, muchas personas tienden a justificarse y a buscar culpables. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar que nos hemos equivocado, con tranquilidad, responsabilidad y normalidad?

El origen de la dificultad para reconocer los errores

No todos los errores son iguales

La educación recibida

La educación recibida por parte de nuestros padres, profesores y la sociedad en general nos puede llevar a desarrollar una seria dificultad a la hora de reconocer nuestros errores.

Si unos padres castigan de forma intensa el error, o se avergüenzan de su hijo o hija delante de los demás, o se ríen y se burlan de él o ella, en lugar de mostrar empatía, paciencia, comprensión y transmitirle confianza, ese niño o niña tendrá una mayor probabilidad de reaccionar con miedo, vergüenza o culpa ante el más mínimo error. En ocasiones, esto llevará a la ocultación del error, la mentira o la culpabilización externa. Si el niño o la niña consigue así evitar el castigo o cualquier consecuencia negativa asociada al error, su conducta se verá reforzada y cada vez le resultará más difícil reconocer abiertamente sus errores.

La personalidad perfeccionista

La personalidad perfeccionista alimenta la dificultad para encajar las críticas y los errores. En nuestra consulta entrevistamos a muchas personas que no son conscientes de que son perfeccionistas y de que la base de sus dificultades emocionales radica precisamente en ella.

Existen muchas definiciones de perfeccionismo, pero una bastante completa sería:

El perfeccionismo es un rasgo de la personalidad caracterizado por la imposición, a uno mismo y/o a los demás, de unos estándares poco realistas, la motivación por evitar cualquier error, a menudo acompañado de la percepción exagerada de que el entorno –padres, amigos, familia, compañeros o la sociedad en general– es exigente y crítico, lo que lleva muchas veces a la duda constante en cuanto a las pautas de actuación y a una necesidad de control y organización.

Infografía por qué es difícil reconocer los errores

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Las ideas y creencias irracionales o erróneas

El perfeccionismo se apoya en la creencia irracional de que la valía personal se puede equiparar con la productividad y el logro. O lo que es lo mismo: “si fallo, si cometo un error, me equivoco o no rindo, entonces es que soy un fracaso o desastre y no merezco el respeto o los halagos de los demás”.

Esta visión dicotómica de la persona –éxito o fracaso, perfecto o desastre…– está muy presente en las consultas de Psicología. De hecho, una idea es que si se deja de ser perfeccionista se caerá en la indolencia, en el error, en el fracaso.

La Teoría de la Valoración Cognitiva de Lazarus y Folkman explica este perfeccionismo disfuncional, en el que el objetivo o proyecto en mente es muy difícil de alcanzar, porque las metas son excesivamente elevadas o porque exceden a nuestros recursos.

Si nos exigimos demasiado, porque ponemos el listón muy alto, y centramos nuestra atención más en evitar los errores que en conseguir nuestra meta, terminaremos infravalorándonos y crearemos un contexto de miedo al error y al fracaso. Inevitablemente se incrementará la ansiedad y el estrés. En este estado será más fácil cometer errores, y entraremos en un bucle muy disfuncional.

No debemos perder de vista que los errores son una parte básica del aprendizaje y que gracias a los mismo se potencia el aprendizaje sobremanera si se realiza un análisis objetivo y realista. Si nos obsesionamos con un resultado perfecto, sin permitirnos un solo error, sin perdonamos por los tropiezos, difícilmente conseguiremos disfrutar del camino y alcanzar la meta deseada.

Una persona, en consulta, cuando le pregunté por qué no quería renunciar a ser perfeccionista y no admitir errores me contestó: “Solo así me sentiré bien, seguro y tranquilo y los demás me aceptarán y me admirarán”. Al cabo de varias sesiones, tras darse cuenta de lo perjudicial que resultaba mantener esa creencia, comenzó a trabajar en la dirección de lo que denomino “perfeccionista funcional”, y es lograr un equilibrio entre una positiva motivación y aspiración, y la flexibilidad y la natural aceptación de los errores.

La necesidad de aprobación

La necesidad de aprobación y de pertenencia a un grupo, en términos evolutivos, es un factor muy adaptativo que nos puede servir de gran ayuda en momentos difíciles. Esto nos lleva a veces a no reconocer nuestros errores abiertamente. No obstante, si condicionamos nuestra vida, nuestros hábitos, nuestras decisiones cotidianas para agradar a los demás, para que nos quieran y nos admiren, intentaremos no cometer errores o, si suceden, ocultarlos. Esto, a largo plazo, nos impide ser felices.

Muchas personas mantienen la creencia irracional de que todos deben aprobar, estar de acuerdo y apoyarles incondicionalmente y por ello sufren altos niveles de ansiedad, tristeza y frustración cuando cometen un error, por miedo a que los demás les juzguen o se enfaden. Es imposible agradar a todo el mundo; aceptar que los demás tienen derecho a enfadarse o sentirse decepcionados por nuestro comportamiento es una reacción muy sana.

El narcisismo

Las personas con rasgos narcisistas tendrán dificultad para reconocer errores. A pesar de aparentar ser personas competentes y muy seguras de sí mismas, en el fondo albergan una necesidad de admiración, múltiples envidias y falta de empatía. Esto les lleva a exagerar sus logros y talentos y a ocultar sus debilidades, incluso a mentir de forma flagrante si cometen un error o tienen algún desliz, por miedo a dar una imagen de debilidad y sentir vergüenza.

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¿Son igual de importantes todos los errores? La actitud frente al error

Objetivamente hay diferentes grados de error. Es evidente que no es igual cometer un error a la hora de elegir un postre o al confundir el día del examen de una oposición. Pero más allá de esta obviedad, no todas las personas reaccionan de la misma manera ante el mismo fracaso, ni siquiera reaccionamos igual ante el mismo error en distintos momentos de nuestra propia vida.

La gravedad de un error va a depender de la valoración cognitiva que realicemos ante ese evento o de su resultado.

Y esta afirmación es muy decisiva, ya que ante un mismo error, se pueden tener respuestas diametralmente opuestas: una persona puede mostrarse indiferente y otra plantearse abandonarlo todo.

La clave es cómo procesamos cognitivamente –a nivel de pensamiento– el error. Básicamente podemos:

  1. Percibir el error como un fracaso vital. Ello nos causará vergüenza, culpa, frustración, ansiedad, miedo a lo que los demás puedan pensar. Si lo vemos como algo natural en la vida, las emociones serán las mismas pero de mucha menos intensidad o incluso totalmente opuestas.
  2. Considerarlo una oportunidad para aprender. Si nos damos tiempo y lo valoramos como una oportunidad para mejorar, si nos permitimos ser humanos y nos perdonamos con amabilidad, comprensión y respeto, entonces la pérdida o el resultado inesperado no nos afligirá tan profunda e intensamente, e incluso nos hará más fuertes.

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No somos nuestros errores

La personalidad y los errores

No somos nuestros errores. El valor de una persona radica en sus valores y principios, sus potenciales, sus habilidades y cualidades emocionales.

Si piensas en las cinco personas más significativas de tu vida, ¿las quieres por el cargo que ocupan, por su cuerpo o el trabajo que desempeñan… o por cómo son? ¿Las quieres más porque ganan mucho dinero o son mejores o más hábiles que otras en el terreno deportivo, académico o laboral? Creo que sé cuál es tu respuesta.

Valoramos más a aquellas personas que son generosas, que nos enseñan a través de sus actos, que saben escuchar, que nos contagian emociones positivas, que son responsables y se esfuerzan por conseguir sus sueños, que nos respetan y nos aceptan tal y como somos.

El amor tan incondicional que se puede sentir por un hijo o una hija no depende del éxito que tenga o de lo productivo o productiva que sea. De hecho, cuando las personas a las que más queremos sufren un traspiés o fracaso, cuando cometen errores y se sienten tristes y culpables, ¿acaso no las queremos más si cabe y hacemos lo posible por ayudarlas?

Curiosamente, cuando una persona perfeccionista comete una equivocación, un error, o no consigue superar sus expectativas, reacciona de manera inversa. En lugar de hablarse con calidez, comprensión y paciencia, suele “castigarse” o incluso insultarse constantemente utilizando un discurso interno bastante duro. Con ello, en lugar de conseguir mejorar, superarse, y aumentar su motivación, sin darse cuenta, está mermando sus capacidades cognitivas y físicas, y las emociones desagradables que sienten difícilmente favorecerán un mejor resultado.

Dos estrategias claves para aceptar los errores

Aprender de los errores

1. Evitar el «tengo que…» o «debería…»

Es muy importante evitar la autoimposición de un alto nivel de exigencia con frases que empiecen por “tengo que…” o “debería…”. Esto provoca una sensación de pesadez y de agotamiento antes incluso que de dar el primer paso.

No es lo mismo pensar “tengo que terminar el informe, maldita sea”, “debería ir al gimnasio, qué horror”, o “tengo que hacer la compra, qué pereza”, que “me gustaría terminar hoy ese informe y quedarme tranquila”, “me vendría bien hacer la compra esta tarde” y “quiero ir al gimnasio mañana porque sé que luego me sentará bien”.

Es preferible ver el lado positivo de esforzarse por hacer lo que es bueno a medio y largo plazo, y visualizarlo, en lugar de centrar la atención en la pereza, el miedo a fracasar, o en lo que los demás pensarán si fallamos.

Si en lugar de intentar alcanzar la perfección nos centramos en hacer algo objetivamente razonable, dadas nuestras circunstancias, y fácilmente alcanzable, se allanará el camino, disfrutaremos más y el resultado será mejor en muchos sentidos

2. Cambiar el pesimismo por un optimismo inteligente

Si nuestra motivación y atención se dirige hacia la evitación del error, el fracaso o el resultado negativo, nuestro rendimiento decrece.

Se ha publicado muchísima literatura científica que demuestra que ser pesimista, mantener un nivel bajo de autoeficacia percibida, reduce nuestra capacidad y rendimiento. Es lo que se conoce como una valoración de amenaza.

Si solo nos preocupamos por las cosas negativas que pueden ocurrir, si catastrofizamos constantemente, nuestro cerebro se pone en alerta y produce hormonas del estrés: adrenalina y cortisol. Estas nos mantienen en tensión y si este estado se mantiene en el tiempo –no habiendo un motivo real para ello– puede terminar provocando dolencias como, por ejemplo: cefaleas tensionales, contracturas musculares, digestiones pesadas, problemas de piel, caída de pelo, debilitamiento del sistema inmune, etc. Si acumulamos este tipo de somatizaciones y emociones displacenteras, a la larga se produce una disminución de la capacidad para disfrutar de las actividades placenteras y sanas, dado que por cansancio, incomodidad y falta de motivación nuestro comportamiento social, laboral, familiar o de pareja se ve afectado.

Por ello es crucial aprender a cambiar la valoración cognitiva que hacemos acerca de nuestros errores. Pregúntate: ¿qué te gustaría que ocurriera a partir de ahora? Deja volar tu imaginación, visualiza un resultado positivo, fácilmente alcanzable, que te ayude a sentirte bien otra vez. Si fijas tu atención en esa posibilidad y la saboreas, tu cerebro ya puede empezar a colaborar contigo mediante la producción de diversas hormonas como son la oxitocina, serotonina, endorfinas y dopamina.

Las emociones empezarán a cambiar y podremos experimentar ilusión, seguridad, confianza, orgullo y alegría. Estas emociones, acumuladas en el tiempo, nos ayudarán siempre a llegar en mejor condición para afrontar la futura situación, cuando llegue, cometiendo menos errores. También debes plantearte si hay algo más que puedes hacer para estar más cerca de tu objetivo.

Es importante identificar y comprender los factores que están en el origen de la tendencia a no aceptar nuestros errores, para propiciar e iniciar el cambio. No siempre es fácil hacer esto solo o sola, y podríamos necesitar la ayuda de un psicólogo o psicóloga.

Hay 2 estrategias claves que nos propone la Psicología para que los errores que cometemos en nuestra vida sean enseñanzas y no limitaciones Clic para tuitear

Decálogo para aprender a reconocer los errores

Infografía Decálogo para reconocer los errores

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Quiero concluir proponiéndote 10 estrategias para mejorar la aceptación de tus errores y equivocaciones.

  1. Márcate metas objetivamente alcanzables que incluyan la posibilidad de fallar o errar.
  2. En lugar de fijarte únicamente en lo negativo o el error, concédele mayor importancia al tiempo, esfuerzo y dedicación invertida.
  3. No compares tus errores con los de los demás.
  4. Si cometes un error es que te quedaba algo por aprender.
  5. En lugar de dudar tanto, sé valiente y atrévete a equivocarte y a reconocer tus errores abiertamente.
  6. Centra tu atención en lo que quieres conseguir y no en evitar los errores.
  7. Tienes derecho a equivocarte. Los errores pueden ser tus mejores profesores.
  8. Recuerda reforzarte positivamente por tus logros en lugar de castigarte o hablarte mal por tus errores o por lo que todavía no has conseguido.
  9. No sirve de nada culpar a los demás. Es importante responsabilizarte por la parte que te toca.
  10. Eres quien eres hoy por tus experiencias, por las consecuencias de tus equivocaciones que te han hecho más fuerte. Solo así podrás ser responsable de tus éxitos.

Lo fundamental es centrarse en el proceso de aprendizaje y abrirse a nuevas posibilidades, salir del marco del juicio o de la etiqueta –ganador o perdedor, éxito o fracaso, bueno o malo–, aceptar nuestros errores y limitaciones, ver la vida como un reto, como un apasionante desafío.

Editorial

Este artículo ha sido creado por el Equipo Editorial de Área Humana, dirigido por Julia Vidal. Todo su contenido –edición, texto e imágenes– tiene derechos de propiedad intelectual y no podrá ser reproducido sin el permiso expreso de Área Humana.
Han colaborado en el contenido:
Bilingual PsychologistCristina Mae Wood

Doctora en Psicología. Experta en Ansiedad y Estrés. European PhD in Psychology. Bilingual Psychologist

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