(Tiempo de lectura 16 minutos) El enfado –al igual que la tristeza, la ansiedad o el miedo– es una emoción displacentera, incómoda y no deseada, pero es una emoción normal, que se relaciona –primariamente– con la preservación de la vida y que conllevan una dimensión adaptativa y de supervivencia.
Ahora bien, cuando en el enfado se produce un desajuste entre el motivo que lo origina y la proporcionalidad de la respuesta emocional, es decir, la intensidad, la frecuencia y la duración son excesivas, esta emoción puede convertirse en un problema en sí misma e interferir en nuestro bienestar físico, mental y social (Organización Mundial de la Salud, 2006).
El enfado casi siempre se expresa con una alta activación del sistema nervioso autónomo –involuntario, inconsciente y automático–, lo que provoca tensión corporal, elevación del ritmo cardíaco, nerviosismo… Este estado favorece conductas, percepciones y pensamientos que pueden tener consecuencias negativas y alejadas del motivo o situaciones que dieron origen a dicho enfado.
Este es el objetivo del artículo: comprender las consecuencias de una inadecuada expresión de nuestro enojo, de nuestro enfado y aprender a gestionar de una forma más adaptativa.