(Tiempo de lectura 17 minutos) Piensa un momento en la ira. Identifica una situación en la que, o bien has experimentado directamente esta emoción, o bien has presenciado cómo otra persona lo hacía, incluso, dirigiendo su ira hacia ti.
Una característica de esta emoción –y te invito a que reflexiones sobre esto– es que solemos atribuirla a los otros, si me enfado es por culpa de los demás o por acontecimientos externos.
Es frecuente que la persona que siente ira diga o piense: ¿Ves lo que me has hecho hacer? Yo no soy así, pero estas cosas sacan lo peor de mí. No sé cómo he podido ponerme así, seguro que es por el exceso de trabajo. Si no hubieras actuado así no me habría puesto de este modo.
Es curioso pensar que la ira es la emoción que más la consideramos ajena a nosotros: nos invadió la ira. Como si fuera un “ente” externo que se nos mete dentro y nos obliga a hacer cosas inimaginables. Y ese ente externo lo estimulan o lo generan los demás… ¿verdad? Pues no, no es así.
La ira, como todas las emociones, la generamos nosotros y nosotras, y también tenemos la capacidad de regularla, contenerla, ajustarla a la situación, expresarla cuando es conveniente –o no expresarla–.
Pero es cierto que la ira es una emoción que tiene algunas cualidades y características que la hacen singular: La ira lo pone todo “patas arriba”, tiene consecuencias para el entorno. Se relaciona con la falta de autocontrol. La ira nos hace sentir culpables. Tiene diferentes niveles de intensidad, con nombre propio: molestia, fastidio, irritación, enfado, enojo, rabia.
Acompáñame vamos a conocer mejor esta emoción, y vamos a empezar con un «Test sobre tu emoción de ira».